con imágenes tomadas de la red
Lo que parecía un paisaje muerto y sin esperanza tras el desastre nuclear de Chernóbil terminó revelando uno de los hallazgos más intrigantes de la ciencia moderna: un moho negro capaz de crecer gracias a la radiación.
Y ahora, este organismo podría convertirse en un aliado inesperado para los futuros viajeros espaciales.
En 1997, la investigadora Nelli Zhdanova ingresó a las ruinas del reactor cuatro, uno de los lugares más radiactivos del planeta.
En lugar de encontrar silencio absoluto, descubrió hongos negros colonizando paredes, techos y ductos metálicos.
Lo sorprendente no era solo que estos organismos sobrevivieran ahí, sino que parecían atraídos por la radiación, un comportamiento que Zhdanova bautizó como radiotropismo.
Mientras humanos y animales evitaban las áreas más contaminadas, estos hongos avanzaban directamente hacia ellas.
El pigmento que hace posible este fenómeno es la melanina, la misma sustancia que oscurece nuestra piel y nos protege de los rayos UV.
En Chernóbil, los hongos contienen grandes cantidades de melanina en sus paredes celulares, lo que actúa como un escudo ante la radiación ionizante.
Pero hay más: estudios posteriores revelaron que estos organismos no solo toleraban la radiación, sino que crecían más rápido cuando estaban expuestos a ella.
La científica Ekaterina Dadachova incluso propuso que estos hongos podrían estar usando la energía radiactiva para alimentarse, en un proceso llamado radiosíntesis.
El interés por este moho traspasó fronteras.
En 2018, muestras del hongo Cladosporium sphaerospermum (uno de los encontrados por Zhdanova) fueron enviadas a la Estación Espacial Internacional.
El resultado: crecieron un 21% más rápido que en la Tierra y bloquearon parte de la radiación cósmica.
La posibilidad de usar una capa de hongos como escudo protector llamó la atención de científicos de la NASA, quienes ahora estudian si las paredes hechas con biomateriales fúngicos podrían proteger a los astronautas en misiones a la Luna o Marte.
La radiación cósmica es uno de los mayores riesgos para la vida en el espacio.
Materiales como agua, plástico o metal pueden proteger, pero son muy pesados y costosos de transportar en grandes cantidades.
En cambio, los hongos podrían cultivarse directamente en otros planetas, creando lo que NASA llama micoarquitectura: estructuras vivas, ligeras y autorreparables que servirían como refugios.
Lo que empezó como un descubrimiento inquietante tras un accidente histórico podría convertirse en una herramienta clave para la humanidad.
Los hongos que colonizaron Chernóbil demostraron que la vida puede abrirse paso incluso en los escenarios más extremos.
Ahora, esos mismos organismos podrían ayudarnos a construir hogares seguros más allá de la Tierra.
Quizá el futuro de la exploración espacial dependa, inesperadamente, de un pequeño moho negro nacido entre ruinas radiactivas.
Con información de BBC.
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