imagen tomada de clinica-galatea.com
Las celebraciones suelen venir acompañadas de platos abundantes y promesas de moderación para después. Sin embargo, un nuevo estudio científico plantea que el problema va mucho más allá de los excesos de temporada: la forma en que comemos está empujando al planeta al límite climático.
Una investigación de la Universidad de Columbia Británica (UBC) concluye que el 44 % de la población mundial tendría que hacer cambios en su dieta para evitar que el calentamiento global supere los 2 grados centígrados. La propuesta es simple en teoría: comer lo suficiente, no de más, y hacerlo de manera más consciente.
El estudio, liderado por el investigador Juan Diego Martínez, analizó datos de 112 países, responsables del 99 % de las emisiones de gases de efecto invernadero vinculadas a la alimentación.
Para entender mejor el impacto, el equipo dividió a la población por niveles de ingreso y calculó un “presupuesto de emisiones alimentarias” por persona.
Los resultados revelan una desigualdad clara.
El 15 % de las personas que más emiten generan la misma cantidad de emisiones alimentarias que la mitad más pobre del planeta.
Este grupo se concentra en países con altos niveles de consumo y emisiones, como Brasil y Australia.
Aun así, el problema no se limita solo a los más ricos. En países como Canadá, todos los grupos de ingresos superan el límite considerado compatible con un calentamiento controlado, lo que muestra que el cambio debe ser amplio y colectivo.
Según el estudio, los sistemas alimentarios generan más de un tercio de las emisiones humanas globales, lo que convierte a la dieta en un frente crucial para la acción climática. A diferencia de otras decisiones, como viajar menos en avión, comer es una actividad universal, y por eso su impacto potencial es enorme.
Entre las recomendaciones principales están reducir el desperdicio de alimentos y aprovechar mejor las sobras. Comer solo lo necesario no solo reduce emisiones, también ahorra energía y recursos.
Otro punto central es disminuir el consumo de carne de res, uno de los alimentos con mayor huella ambiental.
En el caso de Canadá, casi la mitad de las emisiones alimentarias promedio provienen únicamente de este producto.
El propio investigador reconoce que se trata de un cambio cultural difícil, pero insiste en que los datos ya no permiten ignorar el problema.
Más allá de lo individual, el estudio invita a ver la alimentación como un acto con impacto colectivo. Cambiar la dieta no solo reduce emisiones, también envía un mensaje.
“Votar con el tenedor” implica que cada elección en el plato puede impulsar transformaciones más amplias en los sistemas alimentarios.
Hablar de estos cambios y asumirlos en la vida diaria, sostiene Martínez, puede abrir el camino para que las políticas públicas acompañen un modelo más sostenible.
En un mundo que busca frenar el calentamiento global, lo que comemos importa tanto como cómo nos movemos o cómo producimos energía.
Y la ciencia advierte que el momento de cambiar el menú ya llegó.
Con información de El Tiempo.
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