México 9 marzo._ El impacto ambiental de la industria de la moda se extiende por todo su “ecosistema comercial”. Desde la producción, distribución y exhibición hasta la adquisición, los procesos de cuidado y lavado y, finalmente, su desecho.
Rogelio Omar Corona Núñez, académico de la Facultad de Ciencias de la UNAM, describe a la industria textil como un “sistema bastante complejo”, que durante el ciclo de producción recicla poco y explota combustibles fósiles.
De entrada, anota el investigador, la extracción de materias primas conlleva un costo ambiental significativo. La siembra de algodón, por ejemplo, va de la mano con el uso de pesticidas y fertilizantes perjudiciales para el suelo.
“Esto puede promover la degradación de los suelos y provocar un arrastre de sedimentos que contamina los cuerpos de agua”, apunta Corona Núñez. Y añade que el agua también se contamina durante el proceso de producción, para luego ser desechada en ríos y mares.
Por otro lado, durante la producción se utiliza energía que se traduce en emisiones de CO2. Y, más allá de este proceso, el transporte de las prendas implica un consumo energético.
Repercusiones
Pero el problema no termina ahí. Cuando las prendas son expuestas en los aparadores de los centros comerciales, continúan generando un gasto energético.
“Estamos hablando de al menos 12 horas constantes de luz para hacer la exhibición de ese producto. Es una serie de emisiones vinculadas a la industria. No estamos hablando de un consumo sólo en la producción, sino en todo el ciclo de vida del producto”, detalla el especialista.
La contaminación no se detiene con la compra de una pieza textil. La misma forma en que la lavamos puede generar un impacto ambiental. Si decidimos utilizar lavadora o no, usar secadora o dejar las prendas al sol. Para Corona Núñez, toda decisión de los consumidores “tiene repercusiones”.
De acuerdo con un informe de la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. Cada año se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a tres millones de barriles de petróleo.