Las montañas cubren cerca de una cuarta parte de la superficie terrestre y cumplen un papel clave para la vida en el planeta.
No solo albergan una biodiversidad única, también proveen agua dulce, regulan el clima, almacenan carbono y sostienen directa o indirectamente a más de la mitad de la población mundial.
Sin embargo, hoy se encuentran entre los ecosistemas más afectados por el cambio climático.
Lejos de ser espacios intocables, las montañas están viviendo una transformación acelerada que ya tiene consecuencias ecológicas, económicas y sociales a escala global.
Ecosistemas especialmente vulnerables
El calentamiento global se manifiesta con mayor intensidad en las zonas de montaña, donde el aumento de temperatura supera la media mundial. Este fenómeno ha provocado la pérdida acelerada de nieve y el retroceso de glaciares, alterando el equilibrio natural que regula el ciclo del agua.
Muchos de los ríos más importantes del planeta dependen de la nieve y el hielo para mantener sus caudales.
Hoy, el deshielo temprano genera más agua en invierno y menos en verano, justo cuando aumenta la demanda agrícola y urbana.
Este desequilibrio afecta el abastecimiento humano, la producción hidroeléctrica y la seguridad alimentaria.
Biodiversidad acorralada por el calor
El impacto del calentamiento global también presiona con fuerza a la biodiversidad de alta montaña, una de las más frágiles del mundo. Plantas, aves, insectos y anfibios buscan temperaturas más frías desplazándose a mayor altitud, pero el espacio es limitado.
Como resultado, muchas especies adaptadas al frío quedan acorraladas y enfrentan un alto riesgo de extinción local.
Además, los cambios en los ritmos biológicos generan desajustes entre especies que dependen unas de otras, afectando procesos esenciales como la polinización, el control de plagas y el ciclo de nutrientes.
La huella humana también pesa
A estos efectos se suma la presión de la actividad humana.
El crecimiento del turismo, la urbanización de valles, la construcción de infraestructura y la creciente demanda de agua y energía están modificando rápidamente los ecosistemas de montaña.
Otro factor menos visible es el depósito atmosférico de contaminantes, especialmente nitrógeno y fósforo. Aunque parecen aisladas, las montañas reciben nutrientes transportados desde regiones lejanas. En ecosistemas pobres en nutrientes, como turberas, praderas alpinas y lagos glaciares, estos aportes alteran la química del agua, favorecen proliferaciones algales y desplazan especies nativas, reduciendo su capacidad para almacenar carbono y depurar agua.
Montañas como centinelas del cambio global
El impacto en las montañas es el resultado de múltiples factores combinados: cambio climático, menor ganadería extensiva, contaminación atmosférica y presión constructiva. Todo ello incrementa la frecuencia de eventos extremos e incendios forestales y transforma paisajes emblemáticos.
Los glaciares desaparecen, las turberas se degradan, los bosques ascienden o cambian de composición y los lagos de alta montaña sufren alteraciones sin precedentes. Estos cambios afectan directamente actividades clave como el turismo, la ganadería, la producción de alimentos y el abastecimiento de agua para las comunidades locales.
Por su sensibilidad y su importancia estratégica, las montañas se han convertido en verdaderos centinelas del cambio global.
Lo que ocurre en ellas anticipa escenarios que otras regiones podrían enfrentar en las próximas décadas.
Proteger estos ecosistemas y fortalecer su resiliencia será fundamental para garantizar los servicios ambientales que sostienen a millones de personas. En ese camino, será clave impulsar estrategias de mitigación y adaptación a gran escala, como las iniciativas transfronterizas que ya se desarrollan en Europa, entre ellas la Estrategia Pirenaica del Cambio Climático y el proyecto LIFE Pyrenees4Clima.
Con información de The Conversation.
