¿El carbono azul es la solución ecológica del futuro o una idea que se quedará en el papel?
El cambio climático está transformando la vida en todo el planeta, y la urgencia por mitigar sus efectos ha llevado a gobiernos y empresas a buscar alternativas más sostenibles.
Una de las más recientes es la compensación con carbono azul, una iniciativa que promete reducir emisiones de gases de efecto invernadero a través de proyectos en ecosistemas marinos, como manglares o marismas.
Este concepto complementa al tradicional carbono verde, que se centra en bosques y suelos terrestres, y aunque el interés por aplicarlo crece cada día, su desarrollo enfrenta grandes obstáculos.
El carbono azul es un estándar pionero en Europa
En 2023, la Junta de Andalucía marcó un antes y un después al crear el primer estándar público europeo para certificar créditos de carbono azul.
Este avance inspiró el nuevo Reglamento (UE) 2024/3012, que busca establecer un marco común para la certificación de absorciones de carbono en toda la Unión Europea.
España también dio un paso adelante con el Real Decreto 214/2025, que permite compensar emisiones con carbono azul.
Sin embargo, para que los proyectos sean válidos deben certificarse bajo un estándar reconocido, y actualmente el único disponible en el país es el andaluz.
Aun así, pocos promotores y administraciones públicas conocen esta herramienta.
Por eso, aunque ya se han anunciado iniciativas en Cádiz, como la restauración de salinas degradadas, ningún proyecto ha comenzado oficialmente.
Barreras legales, científicas y económicas
El camino para desarrollar proyectos de carbono azul es complejo.
Estas iniciativas suelen ubicarse en zonas costeras protegidas, donde intervienen múltiples administraciones con competencias diferentes.
Además, el uso de estos terrenos que pertenecen al dominio público marítimo-terrestre, no contempla aún este tipo de actividades, lo que deja en duda la propiedad de las absorciones generadas y los costos asociados.
A esta incertidumbre legal se suman las dudas científicas.
Faltan datos sobre la eficacia real de los ecosistemas marinos para capturar carbono a largo plazo y sobre cómo influyen otros gases de efecto invernadero, como el metano o el óxido nitroso.
Por último, el factor económico también pesa.
Trabajar en el mar requiere maquinaria especializada, personal técnico y procesos de certificación costosos.
Los proyectos deben mantenerse por más de 50 años y solo generan créditos cada siete u ocho, lo que eleva la inversión inicial y el riesgo financiero.
A pesar de sus desafíos, el carbono azul representa una oportunidad única para combinar sostenibilidad, innovación y desarrollo económico.
Su éxito dependerá de una mayor inversión en investigación, coordinación entre administraciones y actualización de las leyes ambientales.
Si logra superar sus barreras, el carbono azul podría convertirse en una auténtica mina de oro climática.
Pero si no se avanza con claridad y compromiso, corre el riesgo de quedarse como una moda verde más, llena de buenas intenciones, pero vacía de resultados.
Con información de The conversation.