De acuerdo con el Programa para el Medio Ambiente de la Organización de Naciones Unidas, las personas producen más de 430 millones de toneladas de plásticos al año, dos tercios de las cuales son de vida corta y se convierten en desechos y terminan en rellenos sanitarios, alcantarillas, ríos, mares y océanos, lo que provoca no sólo consecuencias negativas a los ecosistemas, sino a la salud.
A diferencia de otros recursos, el plástico no se biodegrada y puede tardar cientos de años en descomponerse, por lo que cuando se desecha se acumula en el entorno hasta alcanzar un punto crítico. Por ello, existen normativas enfocadas a la generación y consumo sustentable de los productos plásticos fabricados para una función específica con materiales que permitan su reintegración al ambiente.
Consciente de esto, un grupo de investigadores del IINGEN, liderado por María Neftalí Rojas Valencia, es precursor en la creación del Método de Evaluación de Biodegradabilidad, Ecotoxicidad y Desintegración de Polímeros Compostable, en el que utilizan larvas Tenebrio molitor y Zophobas morio para degradar bolsas, hacerlas abono y demostrar que los materiales de fabricación no tienen efecto tóxico.
“Empezamos a probarlo y le vimos una ventaja muy grande porque estos animalitos se comen la bolsa: la muerden y digieren. El plástico pasa por su tracto y podemos ver cómo consume cualitativamente este material. Lo interesante es que podemos analizar el excremento para saber si hubo cambio en la estructura química de la bolsa”, indica Neftalí Rojas.