imagen tomada de agenciasinc.es
En muchos rincones del mundo, la minería fue durante siglos el motor de la economía local.
Pero hoy, con el cierre de explotaciones, quedan pueblos vacíos, identidades en riesgo y la necesidad de encontrar un nuevo rumbo. Frente a ese panorama, surge una pregunta:
¿es posible una minería más sostenible que mantenga viva la herencia de estas comunidades?
Un ejemplo claro es Almadén, en Ciudad Real, hogar de la explotación de cinabrio más antigua del planeta.
De allí se extraía mercurio, un metal tan singular como tóxico, que impulsó durante siglos la economía local y convirtió al municipio en un enclave estratégico para la Corona de Castilla en la Edad Moderna.
Sin embargo, el cierre de la mina supuso un golpe para la región, que ha tenido que reinventarse con el turismo y la agroindustria, aunque no sin consecuencias ambientales y de salud.
Hoy la atención está puesta en los 17 elementos conocidos como tierras raras, fundamentales en tecnologías modernas como aerogeneradores, coches eléctricos o dispositivos electrónicos.
Aunque su nombre puede sonar a escasez, lo cierto es que proviene de la dificultad que existía en el siglo XIX para aislarlos.
El cerio, por ejemplo, abunda en la corteza terrestre casi tanto como el cobre.
La Unión Europea declaró en 2024 a las tierras raras como materias primas críticas, debido a su importancia estratégica y a la dependencia de pocos países para obtenerlas.
En España, la empresa Quantum Minería planteó explorar la monacita gris en el Campo de Montiel, rica en neodimio, pero el proyecto aún genera dudas por los posibles residuos radiactivos y el impacto ambiental.
Asociaciones vecinales como Plataforma Sí a la Tierra Viva se oponen frontalmente a su explotación.
La situación contrasta con Kíruna, en Suecia, donde se descubrió un yacimiento con más de un millón de toneladas.
Allí, la población aceptó incluso trasladar edificios enteros, como una iglesia de 672 toneladas, para permitir la explotación minera.
El costo de la operación fue asumido por la empresa, mostrando hasta dónde puede llegar la apuesta por este recurso.
Pero no todo pasa por abrir nuevas minas.
Científicos de la Universidad de Castilla-La Mancha trabajan en soluciones más limpias, como la fitorremediación, que utiliza plantas para extraer contaminantes del suelo.
Con la arenaria roja (Spergularia Rubra), lograron recuperar hasta 20 mg de metales de tierras raras por cada kilo de planta recolectada en antiguos suelos mineros.
Este avance no solo ayuda a descontaminar terrenos dañados, sino que abre la posibilidad de aprovechar recursos estratégicos sin destruir el entorno.
Un ejemplo de cómo la ciencia puede transformar un problema ambiental en una oportunidad de futuro.
Los antiguos territorios mineros enfrentan hoy el reto de reactivar su economía sin perder su esencia.
Apostar por alternativas sostenibles en la extracción de tierras raras significa abrir la puerta a un futuro donde la innovación y el cuidado ambiental vayan de la mano.
Un reto global, pero también una oportunidad para que estas comunidades vuelvan a escribir su historia sin renunciar a su identidad.
Con información de The conversation.
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