Poco se sabe del comportamiento de los animales durante los eclipses solares por ser eventos que duran apenas un par de minutos y no se repiten en el mismo sitio sino hasta siglos después (375 años en promedio, según la NASA).
“Ello nos impide replicar la experiencia en condiciones semejantes, con los mismos animales o en el mismo lugar”, expone Ron Fernández, neuroetólogo y posdoctorante de la Facultad de Ciencias (FC) de la UNAM.
De lo que sí estamos ciertos es de que su conducta cambia y eso es algo que debemos estudiar a fondo, añade. Y es que cada que ocurre uno de estos fenómenos la gente suele dar cuenta de los comportamientos más inusuales.
Por ejemplo las luciérnagas refulgen a mediodía, los perros ladran sin concierto, los búhos ululan, los grillos cantan sin ser de noche o los mosquitos se levantan de entre la hierba y pican con frenesí.
En las selvas de Veracruz, donde se constata cómo las arañas Metepeira incrassata en cuanto se ennegrece el cielo deshacen lo que habían tejido minutos antes tan sólo para volverlo a tejer en cuanto el Sol regresa.
Evolución
Esto pasa porque los organismos han evolucionado para adaptarse al eterno vaivén entre el día y la noche y han desarrollado una suerte de reloj interno que, cual metrónomo, marca sus ritmos biológicos en periodos de 24 horas. “A esto se le llama ciclo circadiano y tiende a mantenerse inalterable.
«Sin embargo, si pasa algo extraordinario como el cambio abrupto de luz a oscuridad que viene aparejado con los eclipses, veremos que algunas criaturas nocturnas se activarán, otras de hábitos diurnos se aletargarán y especies que usan al Sol como brújula se desorientarán y perderán rumbo”.
A Ron Fernández le llama la atención que, mientras los relatos anecdóticos sobre el comportamiento animal durante los eclipses abundan, los estudios científicos son escasos.